Bernardí Roig, el depredador de imágenes, «sale de caza» en el Lázaro Galdiano

Bernardí Roig, el depredador de imágenes, «sale de caza» en el Lázaro Galdiano //

Bajo el título «El coleccionista de obsesiones», el artista mallorquín inaugura exposición en el museo madrileño, en cuyo interior y exterior exhibe 17 obras, ocho de nueva creación

El arte contemporáneo español pisa con fuerza este invierno en Madrid. En los próximos días presentarán exposiciones Cristina Iglesias (Reina Sofía), Miquel Barceló (galería Elvira González), José Manuel Ballester (antiguo edificio de Tabacalera)… A ellos se suma una de las voces más personales y atractivas de la escena contemporánea de nuestro país, Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965), quien, tras el éxito consechado este verano en la Lonja de su ciudad natal con «Walking on faces» (240.000 visitantes), llega ahora al Museo Lázaro Galdiano (C/ Serrano, 122) con un interesante proyecto. José Lázaro Galdiano fue un destacado coleccionista (pinturas, armas, joyas, tapices, libros…) Y Bernardí Roig, otro gran coleccionista, pero de obsesiones. De ahí el título de la muestra, «El coleccionista de obsesiones», comisariada por José Jiménez, que abre sus puertas desde mañana y hasta el 20 de mayo.

No entabla un diálogo con las piezas del museo, sino un monólogo íntimo con el espacio

Aclara el artista que no ha querido entablar un diálogo entre sus obras (17, de las cuales 8 se han creado específicamente para la exposición) y las atesoradas por Lázaro Galdiano en este museo. Ya lo hizo en Ca’ Pesaro de Venecia en 2009. En este caso es un monólogo íntimo con el espacio. Recorremos con Bernardí Roig los lugares en los que ha instalado sus piezas. Algunos, inéditos y difíciles de hallar. Pero resulta interesante que en el proceso de búsqueda de sus piezas vas al mismo tiempo descubriendo las espléndidas obras del museo.

Pasión por Antonioni

En la sala dedicada a la labor de bibliófilo de Lázaro Galdiano, con la correspondencia entre Goya y Martín Zapater como testigo de excepción, ha instalado Roig un espectacular libro de luz que incluye 21 grabados. Su título, «Blow up», en homenaje al filme de Antonioni, una de sus obsesiones. Muy cerca, encerrada en una vitrina (en una de sus caras hay una impresión digital), una obra en plata que bien podría pasar por una de las piezas coleccionadas por Lázaro Galdiano. Es la particular visión de Bernardí Roig de «Acteón devorado por sus perros», una pieza cargada de memoria. Y es que memoria y deseo son dos aspectos clave en cualquier coleccionista. No solo de obras de arte, sino también, como en el caso de Roig, de imágenes y cuerpos.

Su objetivo es pasar de puntillas, ronzado las esquinas del museo, como un susurro

No ha pretendido ocupar ni colonizar el museo. Más bien, «pasar de puntillas, rozando las esquinas, como si fuera un susurro». Su intervención es sutil. Casi siempre, porque hay ocasiones en las que ocurre todo lo contrario. Es el caso de «An illuminated head for Blinki P.», una de sus célebres figuras blancas con un tubo de neón en su boca, que bloquea el acceso a una sala. Si el espectador quiere pasar a ver un espléndido Zurbarán, está obligado a bordear el espacio. La escultura de Roig se desdobla al reflejarse en la vitrina del «Acteón».

Arte en el túnel

Y llegamos a una de las muchas sorpresas del recorrido de la muestra. A Bernardí Roig le gustó un túnel que conecta los dos edificios del museo. No está abierto al público habitualmente. Sirve de archivo donde conservan los números de la revista «Goya». Él lo ha convertido en una sala más de la exposición. En el centro, luce en medio de la penumbra una de sus obras: «Practices to such the light». No será la única sorpresa.

Bernardí Roig se apropia de un grabado de Rembrandt y un vídeo de Peter Kennedy

La habitación que fue en su día el despacho de Lázaro Galdiano se ha vaciado. En ella se exhiben dos instalaciones y tres dibujos. Llama la atención la apropiación que hace Roig de las obras de otros artistas. En el caso de «Prácticas para la infidelidad (Melancolía II)», junto a una figura cabeza abajo vemos un grabado de Rembrandt que adquirió el artista y que él ha «customizado». Ha eliminado la figura que había a los pies de Betsabé y en su lugar ha incluido la única escultura abstracta de Giacometti, otra de sus obsesiones. En la pared de enfrente, «La invisibilidad de la memoria», en la que hay una nueva apropiación. En este caso, de un vídeo de Peter Kennedy, del movimiento Fluxus, que Roig ha «intervenido» también. «No creo en los derechos de autor, sino en las obligaciones de autor», sentencia.

A ciegas y de noche en el museo

Junto a la sala donde cuelgan los Goyas, una nueva sorpresa. Bernardí Roig recurre en este caso al vídeo. Rodó una película durante una noche en el museo. Él es el protagonista. Cual Tiresias moderno, se envejeció, se engalanó, se tapó los ojos y se colocó una luz cegadora de muchos vatios sobre la cabeza. Confiesa que fue una experiencia muy dura. Así fue recorriendo las salas del museo. Al fondo, suena Elvis.

En la sala de las armaduras Roig ha instalado un molde de yeso

La sala de las armaduras tampoco le ha sido ajena a este artista. Él la denomina «la sala de los cuerpos ausentes». A alguien tan interesado por la figura humana, lo que le atrae de las armaduras es su carácter de envoltorio, la ausencia del cuerpo. En el centro de la sala ha colocado el molde en yeso de una de sus esculturas. Semeja una momia recién salida de su sarcófago.

Coleccionistas, portadores de luz

Y llegamos al atrio del museo. Abajo, la sala de baile. En una esquina, junto a una puerta, vemos su célebre «Hombre de la luz», una figura cargando a su espalda un montón de neones. Así ve Bernardí Roig al coleccionista, como un portador de luz, como un forjador de cultura. A buen seguro, si Lázaro Galdiano viviera y le pidiera que le hiciera un retrato, sería muy parecido a este hombre de luz.

Ha llevado al museo parte de su estudio: un tablero de imágenes que le inspiran

Una de las joyas del museo es un cuadro de El Bosco. En el balcón que hay junto a él, pero fuera de la sala, otra de sus obras. De nuevo, Roig en los márgenes. Y subimos hasta la última planta, hasta donde el artista ha llevado, literalmente, un trozo de su estudio. Concretamente, parte de su «Tablero de imágenes». Al igual que otros célebres depredadores de imágenes, como Francis Bacon, Bernardí Roig acecha y caza toda imagen que le atrae, la recorta y la coloca en un inspirador mural-collage.

Vemos al ministro Guindos, Marilyn Monroe, Pep Guardiola, Fernando Castro Flórez (con años de menos y kilos de más), el cuerpo sin vida de Bacon en el depósito de cadáveres, la duquesa de Alba, Lorca, la cogida de Padilla, familiares de Roig (su padre, su hija)… A los artistas no les gusta mostrar esa parte tan íntima como es su estudio. De ahí lo interesante que resulta ver este «caldo de cicatrices» donde se mezclan violencia, sexo, deseo, política…

Tres obras fuera del museo

La visita a la muestra no acaba en el museo. Fuera de él, hay tres obras más. Una figura de pie, en una esquina del edificio; otra colgada de un gran árbol. La tercera, semienterrada: es un cadáver (el de «Blow Up», de Antonioni). De nuevo Antonioni. Pero las obsesiones intelectuales que colecciona Bernardí Roig son innumerables: Duchamp, Malevich, Bruce Nauman, Klossowsky, Bataille, Godard, Resnais, Bergman, Thomas Bernhard… Precisamente, en su juventud la lectura de un texto de este último la apresó, le golpeó fuertemente en la cabeza. Considera que Antonioni y Bernhard «son mejores creadores de imágenes, hacedores de imágenes, que el mismísimo Velázquez». Y va más allá en la provocación: «Velázquez sería hoy Spielberg, por sus grandes efectos visuales». Sonríe consciente de su boutade.

«Desprecio la contención, nuestra cultura es carnal», dice este artista barroco y excesivo

Aquel joven golpeado en la cabeza por Bernhard se dedicó desde entonces a hacer un arte personalísimo, fuera de modas, siempre barroco y excesivo: «Desprecio la contención -advierte-. El minimalismo es anglosajón, nuestra cultura es carnal». Un artista es, para él, «alguien en el que el deseo de ver a la muerte al precio de morir le arrastra al deseo de producir». Bernardí Roig, un coleccionista de obsesiones, un hacedor de imágenes para quien el deseo es el único mecanismo capaz de desacreditar a la muerte. Sus nuevos proyectos le llevarán este año a Viena, Berlín, Bruselas y Valladolid. Después se tomará un tiempo sabático en Londres para reintentares.

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