El hacer(se) del cuadro

El hacer(se) del cuadro // Alejandra Icaza

“Para mí, las imágenes en sí no son tan importantes, pero sí la repetición de ellas, la acumulación de esas imágenes”, decía hace unos años Alejandra Icaza. Algo debe si no haber cambiado, sí haberse enriquecido y multiplicado en el horizonte de su prospectiva, pues en ésta su primera individual en la galería Pilar Parra & Romero, junto a sus pinturas que ya conocíamos, cuelgan cuatro fotografías de pequeño formato que recogen un vestidito de niña, una faldita y una camiseta todas rojas y todas colgadas -como emblema o escudo de lo añejo de la memoria a la que responden-, de una de aquellas viejas perchas de madera torpemente articuladas. Lo íntimo de sus dimensiones les añade, además, cierto carácter doméstico, entrañable y, a la vez, más que familiar, privado.

Ha querido la casualidad que en ésta temporada me haya ocupado de tres de las siete mujeres pintoras que integraron la colectiva con la que, en 2004, la galería anunciaba un cambio de orientación. Revisando mis palabras de ayer, es precisamente a Alejandra Icaza a quien mejor corresponde uno de mis argumentos de entonces: su incursión en cierta abstracción narrativa, que acoge, bajo la superficie trabajada de la tela, historias particulares, subjetivas y específicas, que pretenden la exteriorización -y su transporte, simultáneo, fantasmático y carnal a la pintura-, de una experiencia íntima. Y la suya, hoy como ayer, es la utillería infantil que se esconde tras los armónicos círculos coloreados de sus telas.

Hay, también, una importante variación en la concepción y desarrollo de sus pinturas. Se mantiene incólume uno de sus caracteres, definido por ella misma: “un ritmo, un pulso que me gustaría que envolviese al espectador como si él también estuviese inmerso en el hacer del cuadro”, pero que ahora, de modo especialmente visible en la breve serie titulada El ciruelo y en Anna Sui, ha cambiado tanto la densidad y la sustancia del color como, y sobre todo, la estructura del cuadro, que hoy asienta sobre un entramado repetido que es, a la vez, color y sostén del color sobrepuesto. Mientras la línea, antes protagonista de lo visible o inconsciente, queda al fondo, cual retícula de un paisaje imperceptible o lejano en el tiempo propio del cuadro.

Mariano NAVARRO

 

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